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(...) Arístides Sotomayor apretó el gatillo de su arma de manera hábil y el cañón liberó media docena de balas que atravesaron sin oposición alguna la frente del caballo y el pecho del Señor del Averno. Las detonaciones estremecieron la quietud de la noche y en el caserío la gente despertó sobresaltada. Los perros comenzaron a ladrar y aullar de manera triste y quejumbrosa. El diablo tenía la cabeza inclinada y la levantó despacio, se detuvo y miró a Sotomayor, quien estaba de pie e inmóvil. Luego el diablo, sin desmontar, se le aproximó en su cabalgadura, encorvó su cuerpo y bajó la cabeza hasta ponerla frente a la boca del infeliz. Este pegó el alarido de muerte más poderoso y sobrecogedor: vio impotente cómo el Amo del inframundo abrió su boca de manera desmesurada, succionó sus entrañas y extrajo su alma, dejando su cuerpo inerme y al pie del camino.

Detrás de la neblina

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