Desde mi frágil barca,
bajo el imperio tenebroso de nuestra isla sin faros,
a través de las ventanas de mis ojos
reventados sobre un paisaje de masacres;
desde mi cuerpo a solas,
desde mi espanto de mil brazos
remando en un país de fantasmas y difuntos,
con el terror de que mi sombra
sea un espía más de mis pasos.
En las manos de este muerto
que discurre flotando por el río,
envío este mensaje desconcertado
para lectura de nadie,
estas letras entintadas,
este monólogo del desahucio.
Quizá con la esperanza de que al otro
lado de la noche
las manos y bocas del futuro
canten la nueva madrugada.
Cruzamos desde siempre
el río de los dos colores y las tres muertes
multiplicadas por siglos;
el dedo de la infamia
calibra nuestra sopa diaria.
La paloma inocente pone sus huevos duros
en boca de fusiles,
el estallido negro de la pólvora
desparrama girasoles, orquídeas, trigales.
Unas manos invisibles
Derriban el vuelo de gaviotas
Y golondrinas de verano.
Henos aquí
Náufragos entre las aguas de la muerte,
Sobrevivientes de la lista negra.
Henos aquí
juntando fragmentos de un croquis
como espejo roto;
deshilachados de banderas blancas,
desnudos de lenguajes,
despojados de origen,
recuperando palabras.
Por último informo
al desconocido que encuentre este mensaje
preso en la botella,
que diariamente veo pasar
sonriendo como hienas
y charolados de sangre
a los oscuros señores del odio,
a veces, en mi fiebre de náufrago,
los veo desmoronarse
al resbalar desde sus altos
zancos de vidrio.
Everardo Rendón Colorado
Del libro Memorias de la sangre
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