Uno
Como las páginas virtuales
de un libro infinito,
pasan y pasan las horas y los días,
entre el espeso gotear
de los tiempos del verbo
y su laberíntico susurro
hacia la ilusión del mañana.
Los confinados,
el colectivo de siempre,
la pirámide de calaveras,
de fémures y brazos y piernas
sobre los que descansa el trono;
los que asfixian sus sueños
apretujados en ergástulas de infamia
esperamos, esperamos…
Diariamente izamos
en las ventanas del corazón
un trapo rojo,
como desesperada bandera
del hambre secular,
un SOS que no alcanza
el azul impasible del cielo,
ante el rojo de nuestra sangre irredenta,
que se riega cotidiana
como flor humillada.
Pero un tácito saber nos ilumina,
el puro centro donde el sol
no asombra,
el medio día del esplendor
que los espejos multiplican:
el mundo de poderes misteriosos
anuncia ya la crisálida
del hombre nuevo que soñamos.
Dos
Truenan reclamos entre las naciones:
que ese virus nació en laboratorio,
y busca una razón aquel emporio
para aumentar el monto de sanciones.
Colosos del mundo se creen dueños
del derecho a la vida y a la muerte,
sus guerras serán siempre triste suerte,
que rompe de la humanidad los sueños.
Se rumora un secreto conspirado,
y al filo del abismo encaminamos,
sumisos al poder que ha gobernado.
El mundo es colectivo, sin fronteras,
de la tierra somos y hacia allá vamos;
¡mi patria es el amor y sus banderas!
Tres
Con su cálido abrazo
el sol de la mañana
recrea la tierra;
los confinados esperan,
y entre tantas cosas,
no saben qué esperan:
un libro quizá,
una sopa de profundas letras,
que remedie su hambre y su ceguera;
una noticia, un correo,
un chat, un mensaje,
una razón… cualquier razón…
la llave que abra las compuertas
de la libertad.
Los días y las noches
se repiten en soledades
y rumores de muerte.
Los confinados,
sumidos en espesa tiniebla
añoran siquiera una hendija
con la primicia de un hilo de luz,
y la espera se hace más lenta;
sueñan con el abrazo y el beso,
los grandes derrotados del amor,
entre teletrabajo
y entrecortadas voces virtuales,
borrosos rostros de pantalla,
buscan el baño matutino
en el geométrico reguero del sol
por la ventana.
Claroscuros de páginas blancas
y páginas negras,
paisajes ajados y amarillentos del recuerdo.
Y en cada capítulo que pasa
reflexionan tan larga espera,
pero la eternidad es más eterna
sobre el tiempo del deseo.
Ni siquiera recuerdan
desde cuándo está plantada la espera
por todas las esquinas de sus cuerpos,
en el urgente latido de la sangre,
al timbre de cualquier portal
de la imaginación.
Esperan… esperan… esperan…
mientras una pesadilla de serpientes
les aprieta el cuello,
vencidos todos
entre los colmillos depredadores
de sus propios hermanos.
No saben qué esperan,
hay un extraño fervor en su espera:
un relámpago sueñan
en su espesa oscuridad…
Pero el animal del miedo
ha crecido en esa cárcel de la espera
y ahora es un monstruo
que acecha al mundo
y todas sus miserias.
La más espantosa pandemia
es el hombre para el hombre,
cuya codicia y delirio de poder
lo pierden,
mientras rebaños desahuciados
de fervorosos ciegos
siguen crédulos a engañosos líderes
hacia su propio despeñadero….
Una balanza universal nos urge
para equilibrar esplendores y derrotas:
¡el mallete de la justicia
para tanta infamia cotidiana!
Everardo Rendón Colorado
Támesis, Antioquia, junio de 2020
Confinamiento por Covid-19
Del libro Tríptico de mujeres que me habitan
Publicado por Editorial JAVA, en Medellín, Colombia.
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