Relojes y calendarios
colapsaron bajo la lluvia
de aquella tarde innumerable;
todos los actos alrededor
se hicieron eternos
–como la torpe erudición de mis palabras–
ante tu inminente olvido.
Un bosque de paraguas
cubrió nuestra calle de colores,
y un desahuciado niño
halló refugio
en los escondites de su infancia;
y nuestras miradas huyeron
sintiendo aquel sonido,
¡esa música lejana y nuestra!...
Entonces,
en el desolado paisaje
de tus ojos peregrinos
asomó la lluvia lenta, lenta,
interminable
de aquella tarde
en que tu mano pintora
bosquejó el adiós.
Everardo Rendón Colorado
Támesis, febrero 28 de 2019
Del libro: Tríptico de mujeres que me habitan
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